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El primitivismo administrativo

por: Omar Gamboa

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Los grandes escándalos de corrupción en contratos millonarios, le hacen cortina a esa corrupción soterrada y normalizada, a esa que camina rampante por los pasillos de las alcaldías y gobernaciones, generando una paquidermia y una mediocridad administrativa que le deja el camino libre a esa corrupción millonaria. Opinión Por: Leidy Barrera Camargo Y, es que las campañas son un caldo de hienas, donde después de la euforia del triunfo, nadie llega a trabajar por la comunidad, sino que, uno a uno, van pasando a las oficinas de los alcaldes a cobrar su factura, desde el que repartía los afiches, hasta los grandes aportantes. Se habla del poder de los elegidos popularmente, pero ese poder no es como se ve desde afuera, y menos aún, el poder que la comunidad les otorga en las urnas, que queda valiendo menos que un billete falso, frente al poder de las hienas criadas en campaña. Allí llegan a ponerle el cuchillo en el cuello a los elegidos popularmente, y a pelearse como salvajes los puestos, - más que los grandes  contratos-  porque usualmente esos no se pelean en ese escenario, sino que se acuerdan en restaurantes, en el marco de costosos licores y comidas exóticas. El campo de batalla de las hienas, es otro; allí gritan en un barullo de mercahiflería vulgar: yo fui el que lo puse, yo fui el que lo traje, yo fui el que lo llevé, yo fui el que le cuidé, yo fui el que le presenté a.. , yo fui el que lo acompañé, toda mi familia votó por usted, sin mi usted no estuviera allí sentado, yo le puse más votos, yo le cuidé los votos, y toda serie de contraprestaciones viles. Y ni qué decir de los que se acomodan ante el pueblo como "oposición", pero gatean por debajo de las mesas buscando su pedazo de la torta. Todos quieren algo a cambio, todos cobran su cuota. Los elegidos popularmente se les otorga un poder en las urnas, que una vez llegan al cargo, todas esas hienas criadas en campaña  les secuestran. Es así como el primitivismo administrativo desfila cínico y vil, pues los gobernantes sucumben ante las hienas, y entonces contratan sobre toda clase de premisas pueriles: los contratos para la familia de tal, el contrato para el inútil de la familia del amigo, el contrato para el lagarto profesional, (que no se sabe cómo, pero aparece en todas las administraciones, parece que forman parte del mobiliario). El contrato para el que está lleno de hijos y llevado, el contrato para el recomendado del partido, el contrato para el que no estudió, pero algo hay que inventarle, el contrato para los que aterrizan de otros lados en cada campaña, el contrato para el que persigue al alcalde día y noche; el contrato para los que piden su cuota porque eran candidatos al Concejo, y cobran desde el voto de ellos mismos, en adelante. El contrato para los que duraron varados los cuatro años, el contrato para la esposa o la exesposa, para el marido y el exmarido, el contrato para los que le lloraron al alcalde, el contrato para el recién graduado y sin experiencia, los contratos para los descarados que meten a la mano de varados de la familia(menos mal que a los perros no los cobija el derecho al trabajo, porque estos son de los que le acomodan contrato hasta al perro de la casa). Es entonces como con en el transcurrir de los días de las administraciones, empieza la alergia al trabajo, empieza el acomode del no hacer, de la paquidermia, sale su inutilidad y su incapacidad, porque la mayoría de contratos tienen todas las razones del mundo, menos la del saber, la del conocimiento. En este primitivismo, el que sabe es el perseguido, el que no sabe, triunfa con la lambonería, es el que organiza los cumpleaños del jefe, es el que en los grupos de whataspp no escatima en los eufóricos y entapetados: ¡felicitaciones, jefe! ¡El mejor jefecito! El que se toma la oficina, es el que se la pasa en las redes adornando de me gustas las publicaciones del jefe, alabando y usurpando,  lo que solo le corresponde calificar al ciudadano. Este infantilismo administrativo, conduce a una función primitiva, que no busca el servicio al ciudadano sino el mantenimiento del puesto y la cortina de humo sobre los errores y las falencias administrativas, en una incapacidad absoluta para auotobservarse, generar una autocrítica constante que permita el avance y la mejora del servicio al ciudadano. En este primitivismo, las alcaldías no son entidades administrativas, sino fundaciones que dan trabajo a los inútiles de turno, que cada cuatro años llegan a aprovecharse de los recursos públicos, para convertir las alcaldías en el club canasta. Pulula el chisme, la intriga y, sobre todo, la persecución al que trabaja, ese no encaja, ese no es de su manada, porque su sola presencia y su capacidad, los hace poner hirsutos. Al que sabe, le dicen que  es "el que no deja trabajar", "el que no colabora", porque cuestiona la inutilidad y con su capacidad deja al descubierto la ignorancia, la mala fe y la estupidez de esas hordas que cada 4 años llenan los pasillos de las alcaldías. La comunidad cede su lugar de jefe supremo para ser la que mendiga. Leidy Barrera Camargo *Imagen tomada de El Colombiano