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¿El hampa está marcando territorios en Fusagasugá?

por: Omar Gamboa

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¿El hampa está marcando sus territorios en Fusagasugá, Cundinamarca? ¿Qué significa esa práctica? ¿Qué debe hacer la ciudadanía? La inquietud fue puesta sobre la mesa por un grupo de ciudadanos quienes remitieron imágenes e interrogantes a Noticias Día a Día.  

*Informe Especial

El tema dio un paso adelante en medio de numerosos operativos de la Policía contra la delincuencia; esos procesos han sido realizados a lo largo de las últimas semanas en zonas sensibles por la presencia del hampa.

Los trabajos de esas características también consideran asuntos relacionados con las consecuencias en los excesos del consumo de bebidos alcohólicas, asunto que, en algunos casos, finalizan en riñas.

Así, ahora y en medio de esas acciones, aparece una novedad que llama la atención de las comunidades: la de demarcar territorios a manos de banas criminales para que grupos similares sepan que esas zonas “ya tienen dueño”.

¿Hampa está marcando territorios, Fusagasugá?

El tema salió a flote una vez algunos ciudadanos comenzaron a dar cuenta sobre la presencia de zapatos y tenis colgados en las cuerdas de energía. Dice la experiencia que, con ello, un grupo determinado de delincuentes advierten sobre su presencia y que, en consecuencias, allí, nadie diferente a ellos pueden distribuir drogas, robar o asaltar.

Las más recientes evidencias de que ello estaría tomando fuerza en esta ciudad da cuenta de lo que puede estar ocurriendo en el centro de la ciudad. Algunos ciudadanos tomaron imágenes mostrando que algo irregular podría estar sucediendo.

El caso actual, que a primera vista podría parecer una travesura juvenil, en realidad puede encerrar un significado mucho más profundo y perturbador. Se trata de un acto simbólico que, en muchas ocasiones, está ligado a la presencia y dominio de estructuras criminales en sectores estratégicos de las ciudades.

Ocurre a la altura de la carrera 5 con calle 7, a solo una cuadra de la Plaza Mayor y a dos de la sede administrativa de la Alcaldía Municipal. Vecinos reportaron la presencia de tenis y botas colgados sobre las cuerdas de energía y telefonía. La situación fue documentada en imágenes y remitida al Buzón Día a Día, desatando inquietud por el verdadero significado que ello representa.

Origen de una práctica enigmática

El fenómeno de los zapatos colgados en los cables, conocido en inglés como “shoefiti” (combinación de shoe y graffiti), tiene orígenes diversos y un abanico de interpretaciones que varía según el contexto cultural y social.

Dice la experiencia que en algunos países de Europa y Norteamérica, surgió como una forma de vandalismo juvenil o una suerte de ritual de iniciación dentro de pandillas urbanas. En contextos académicos, investigadores sociales lo han interpretado como un acto de “marcar presencia”, similar a los grafitis en muros.

No obstante, en América Latina, y particularmente en Colombia, la práctica adquirió un carácter más sombrío: señalar territorios controlados por grupos delincuenciales, y advertir la presencia de microtráfico o, incluso, marcar zonas donde han ocurrido hechos violentos.

Un especialista retirado de inteligencia de la Policía Nacional, consultado por Noticias Día a Día, explicó que los zapatos en cables no son un simple adorno urbano. “En muchos casos se trata de un mensaje en clave. Cuando aparecen tenis colgados en sectores céntricos, lo que están diciendo es: aquí manda alguien. Es un recordatorio para otros grupos delincuenciales de que ese territorio “tiene dueño”. Además, cumple una función psicológica: genera temor entre la ciudadanía común, que empieza a asociar esos símbolos con inseguridad y violencia.

Precisamente, en barrios de ciudades como Medellín, Cali y Bogotá se han documentado múltiples casos en los que esta práctica estuvo relacionada directamente con dinámicas de microtráfico. Los tenis colgados marcan “puntos de expendio” o zonas vedadas para bandas rivales.

Alerta en el corazón de Fusagsugá

Que esta práctica haya aparecido en el centro histórico de la conocida Ciudad Jardín es lo que más preocupa a los habitantes. La ubicación no es fortuita: se trata de un corredor de gran visibilidad y paso obligado de cientos de personas cada día.

Los comerciantes de la zona comentaron en voz baja su temor. Algunos consideran que puede tratarse de un “mensaje” de grupos delincuenciales que intentan controlar zonas de comercio informal o el microtráfico en áreas de alta concurrencia. Otros, con más escepticismo, piensan que podría ser obra de jóvenes que buscan llamar la atención.

Sin embargo, para expertos en seguridad urbana, el solo hecho de que la comunidad perciba esos símbolos como una amenaza basta para generar un clima de zozobra. Esta circunstacia, necesariamente, coloca sobre la mesa pública la discusión sobre la seguridad en la ciudad.

Experiencias en Colombia y diferentes partes del mundo

Hechos visibles de este tipo se hicieron notar en Medellín a lo largo de la década de los noventa. Entonces, esa ciudad pasó a ser epicentro de disputas entre carteles y milicias urbanas. Frecuentemente se observaba este tipo de señales en barrios populares. Investigaciones de la época confirmaron que los zapatos colgados coincidían con zonas de expendio de drogas.

Esa cultura, poco después, comenzó a dejar huella en Bogotá. En localidades como Ciudad Bolívar y Bosa, los habitantes han denunciado en varias ocasiones la presencia de tenis en cables, asunto que generó operativos policiales para detectar expendios de alucinógenos.

Cali también ha enfrentado inquietudes de este tipo. En comunas del oriente de la ciudad, organizaciones juveniles y pandillas utilizaron la práctica como una forma de marcar su influencia. Debido a ello, la Alcaldía adelantó campañas para descolgar esos objetos y recuperar el espacio público.

El tema no es exclusivo de algunas metrópolis colombianas. En ciudades de los Estados Unidos, como Los Ángeles, Chicago y Nueva York, la práctica se popularizó como un símbolo de pandillas. En algunos sectores se interpretaba también como señal de un homicidio ocurrido en la zona.

Al otro lado del Atlántico, en el Reino Unido, particularmente en Londres y Manchester se presentaron sucesos parecidos; allí fueron asociado a consumo de drogas y bandas juveniles.

Reacciones en Fusagasugá

En redes sociales, algunos llamaron la atención de las autoridades reclamando que el tema sea analizado con el propósito de establecer la realidad, y tomar medidas en caso de que se trate de asuntos delicados. Otros, en cambio, cuestionaron que se le dé tanta relevancia a lo que podría ser un simple acto de vandalismo.

“No importa si son jóvenes o delincuentes. Ver esos zapatos en plena zona céntrica genera miedo. Es como si nos dijeran: aquí no manda la autoridad, manda otro”, comentó observador en las redes sociales.

Algunos expertos coinciden en que la primera acción debe ser reportar estos casos a las autoridades competentes: Policía Nacional, Secretaría de Gobierno o frentes de seguridad ciudadana. Dejar pasar por alto el fenómeno solo incrementa la percepción de abandono estatal.

También se recomienda fortalecer la cultura de denuncia. Si los ciudadanos cuentan con pruebas (fotografías, ubicaciones, horarios), estas pueden convertirse en insumos para que las autoridades identifiquen eventuales patrones delictivos.

Una explicación desde la psicología

Más allá del aspecto delictivo, los especialistas en comportamiento humano explican que estas prácticas son símbolos de poder. En un contexto urbano, el hampa busca hacerse visible sin necesidad de violencia directa. Un par de zapatos en un cable transmite un mensaje silencioso, pero contundente: “aquí estamos”.

Esa simbología no solo afecta la seguridad real, sino también la seguridad percibida. Y cuando la ciudadanía siente que su entorno está controlado por la delincuencia, incluso sin pruebas contundentes, la confianza en las instituciones se erosiona.

Para el caso de Fusagasugá, algunas fuentes consultadas estiman que esta es una oportunidad que abre cuyos resultados pueden ser notables en materia preventiva.

Experiencias en otras ciudades demuestran que no basta con retirar los zapatos de los cables. Se requiere de un trabajo articulado que involucre a Policía, Alcaldía, comunidad educativa y líderes sociales.