El departamento de Cundinamarca se ha convertido en el escenario de una innovadora investigación liderada por la Universidad Nacional de Colombia (UNAL), la cual busca resolver el conflicto por el uso del suelo entre la producción de energía y la agricultura. A través del desarrollo de sistemas agrovoltaicos, se está demostrando que es posible generar electricidad limpia sin sacrificar las tierras fértiles necesarias para la seguridad alimentaria de la región.
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Beneficios dobles: productividad y microclima
A diferencia de los parques solares convencionales que ocupan grandes extensiones de terreno y excluyen otras actividades, el modelo agrovoltaico propone una convivencia productiva. En estos sistemas, los paneles solares se instalan a una altura de 2,5 a 3 metros, lo que permite que el suelo debajo de las estructuras permanezca libre para el cultivo. Los ensayos realizados en Cundinamarca han revelado beneficios adicionales sorprendentes: los paneles actúan como un techo agrícola que regula la radiación, disminuye el estrés térmico en las plantas y crea microclimas favorables para productos delicados como la lechuga y la fresa.
Además, esta tecnología ofrece una solución ante la variabilidad climática de la Sabana de Bogotá. El sistema permite la captación de agua lluvia desde la superficie de los paneles, la cual se almacena y se distribuye mediante riego controlado. Esto resulta vital en una región que alterna periodos de lluvias intensas con sequías prolongadas, permitiendo un manejo eficiente del recurso hídrico y reduciendo los riesgos para los productores. En términos de rendimiento, los pilotos han registrado un incremento de la productividad agrícola de entre un 30% y un 40%.
Sostenibilidad a largo plazo y segunda vida
Otro aspecto clave de la investigación es la sostenibilidad a largo plazo de los dispositivos. Aunque la eficiencia de un panel solar disminuye al 80% después de 25 años, en sistemas agrovoltaicos pueden tener un "segundo uso" operativo de hasta 30 años adicionales antes de ser reciclados. Dado que el 80% de un panel está compuesto por vidrio templado y aluminio, su reciclaje es técnicamente viable, aunque el reto sigue siendo el costo de procesar componentes como el silicio y el cobre. Esta apuesta posiciona a Cundinamarca como líder en la transición energética con enfoque social y productivo.
