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Los muchachos de antes…

por: Omar Gamboa

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¡Salud!, aunque no sea conmigo. La metamorfosis de la prensa y los periodistas nos llevan, al menos al 99%, a considerarnos huérfanos de voceros auténticos.   Opinión Por: Octavio Quintero REDGES/El Satélite Hoy, 9 de febrero, se celebra en Colombia el tradicional Día del Periodista, en conmemoración de la labor desarrollada en la Bogotá de 1791 por gente como Manuel del Socorro Rodríguez, Antonio Nariño, Francisco Antonio Zea o Francisco José de Caldas, entre otros. La tradicional fecha se cambió por el 4 de agosto (ley 918/2004), buscando asociarla al prócer Antonio Nariño, por su traducción y socialización en Colombia de los Derechos del Hombre. Afincada hoy en la defensa de la empresa privada y el libre mercado, la prensa y los periodistas de hoy aparecen distantes de los ideales de la prensa y los periodistas de ayer, más del lado de los intereses generales de la sociedad. Suelo decir, “como son los tiempos así las cosas”, que, en cierta forma, me explica el periodismo de hoy, aunque considere el periodismo de mi tiempo, mejor. Hoy los dictados de la prensa nos llevan a defender los intereses del 1%, antes que el pan nuestro de cada día. Causa desaliento, sinceramente, ver a periodistas que difícilmente pasan el mes, atacar con ardor digno de mejor suerte las protestas sociales, reduciendo sus informaciones a unos cuantos actos vandálicos, soslayando la causa misma de la protesta en la cual todos los del 99% estamos inmersos. Me animó consignar esta reflexión la catilinaria que el periodista, Gonzalo Guillén, suelta contra el abogado, Jaime Lombana, defensor en muchos casos de los enredos del expresidente Uribe. En el siguiente enlace, los lectores pueden juzgar libremente si todavía es válido festejar el día del periodista como ese profesional que está atento a mantenernos bien informados con arreglo a la veracidad e imparcialidad de que habla el art. 20 de la Constitución, o si la metamorfosis de la prensa y los periodistas nos llevan, al menos al 99%, a considerarnos huérfanos de voceros auténticos. Jaime Lombana, más que un criminal