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La desigualdad: único punto a negociar

por: Omar Gamboa

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Pocos tienen mucho… muchos tienen poco. Mientras lee, piense que a cada minuto mueren en el mundo 6 niños de hambre -8.500 diarios. La lucha contra la desigualdad caracterizó a los partidos de izquierda en los siglos XIX y XX. Hoy no tiene color político: es una cuestión de humanidad.   Opinión Octavio Quintero REDGES/El Satélite La desigualdad es el corazón del desencanto social, dice Alicia Bárcena, titular de la Secretaría Ejecutiva de la Cepal (Comisión Económica para América Latina y el Caribe). Y esa afortunada síntesis es el único punto que debieran tener presente los gobiernos para sofocar las protestas sociales que, como en el caso de Colombia, resulta ser el segundo país latinoamericano más desigual, y el séptimo en el mundo. El autorizado concepto tumba las sarcásticas informaciones de la prensa corporativa adicta al gobierno de turno que viene haciendo mofa de que los 13 puntos de la agenda inicial del paro del 21N se han convertido en 104 peticiones este año y, entonces, como conclusión, “ahora más que nunca el diálogo con el comité del paro no parece ir a ninguna parte”: Dinero.com. Y es cierto: no va a ninguna parte, no porque las peticiones sean muchas, sino porque el gobierno no quiere pasar siquiera de un simple “diálogo” con la gente que está en las calles porque, según la misma revista, “aceptar la negociación implicaría quedar sujeto a las exigencias de los comités del paro, en una condición de iguales entre estos y el Estado”. Semejante afirmación es una afrenta a la protesta social al pretender poner por encima del poder constituyente (el pueblo) al poder constituido (el aparato del Estado). Por algo el axioma más extendido implícito en todas las constituciones del mundo democrático es, “vox populi, vox Dei”. A partir de este concepto dictatorial se entiende bien la arrogancia del gobierno al expedir en medio del paro, leyes, decretos y resoluciones que dan vida, precisamente, a normas que incuban la protesta social: es una conducta dentro del supuesto imperial de que el Estado está por encima de la gente: (L'État, c'est moi). ¿Qué es desigualdad? Pues, en términos generales es el trato desfavorable que soporta la población más vulnerable con respecto a una minoría llena de privilegios. La clase política y la burocracia de élite, en Colombia, P.ej., disfrutan de unos ingresos hasta 30 veces (en promedio) por encima de un salario mínimo. En otros términos: los 30 millones de pesos que gana un senador al mes, a un trabajador raso le toca trabajar 30 meses, dos años y medio, para ganarse lo mismo: ¡Eso es desigualdad! Es más aberrante en el sector privado: un presidente o gerente de élite de un banco puede ganarse hasta 60 veces al mes un salario mínimo. En el ejemplo anterior, a un trabajador raso de la empresa privada le tocaría trabajar 5 años (60 meses) para ganarse lo que su superior en la cúspide se gana en un mes: ¡Eso es desigualdad! Los ejemplos se tornan más patéticos si se tiene en cuenta que el 85% de la población laboral de Colombia gana menos de dos salarios mínimos. Es decir, gana entre un millón y dos millones de pesos mensuales, en cifras redondas. Entre el 15% restante, hay otro bloque laboral que gana entre 2 y 5 salarios mínimos y finalmente queda el reducidísimo 1% que toma más del 50% del total de ingresos: ¡Eso es desigualdad! Desigualdad extrema En cifras concretas, solo 2.300 personas en Colombia (1,1% de la población total), tienen el 53% de toda la tierra aprovechable del país, equivalente a 23 millones de hectáreas; y, en el sector financiero, solo 2.681 clientes, de un total de 28 millones, tienen el 58,6% de los depósitos bancarios que equivale a 204,2 billones de pesos. Se habla de un Gini en Colombia, medida internacional de la desigualdad, de 49,7 (Banco Mundial, 2017), pero en el estudio de Garay tomando como base la población total con necesidades básicas insatisfechas, el Gini se dispara el 0,60. Colombia es de los pocos países en donde se con firma plenamente el estigma social de que “muchos tienen poco y pocos tienen mucho”, como dice el cantautor chileno René Inostroza. ¿Es irreversible? En absoluto: a lo largo de su último libro, Capitalismo e ideología (1.200 pág.), Thomas Piketty establece que las desigualdades no son naturales y pueden corregirse. El caso más paradigmático es Suecia, y en general los países nórdicos, que han pasado de unas sociedades abigarradas de normas a una democracia semidirecta: casi todo se adopta por referendos o consultas populares. Piketty exalta este sistema cuando textualmente dice: “únicamente las movilizaciones populares notablemente eficaces, las estrategias políticas concretas y las instituciones sociales y fiscales muy precisas, han permitido a Suecia el cambio de trayectoria”. Pocos analistas han controvertido a fondo las novedosas propuestas de Piketty para combatir la desigualdad global. Por el contrario, laureados analistas, como el Nobel de Economía, Joseph Stiglitz, en su último libro, ‘Capitalismo progresista: la respuesta a la era del malestar’, presentado en Hay Festival Cartagena, propone reducir la desigualdad y salvaguardar la democracia del neoliberalismo, restableciendo el equilibrio entre los mercados, el Estado y la sociedad civil. La herramienta constitucional Colombia tiene la herramienta constitucional para superar la desigualdad desde la CP del ’91 (art. 363) que le traza un sistema tributario fundado en los principios de “equidad, eficiencia y progresividad”, pero los distintos gobiernos han remado a contracorriente, jalonados por el poderoso músculo económico de un sistema empresarial, tipo Gulliver: un enano en el país de los gigantes y, un gigante en el país de los enanos. La última reforma tributaria que el gobierno hace llamar ‘ley de crecimiento económico’ es prueba al canto de que va contra el precepto constitucional y, como tal, se encuentra demandada ante la Corte Constitucional, misma que ha dejado prosperar a lo largo de 30 años, un sistema tributario inequitativo, ineficiente y regresivo, es decir, todo lo contrario de lo que manda la constitución, siempre bajo el manto de generar empleo, ampliando las gabelas a las personas y empresas más pudientes, y estrechando el marco de la clases medias y pobres a través de impuestos indirectos, como el IVA, que equipara, en una bolsa de leche, por ejemplo, la capacidad de tributación de un rico con un pobre . En el arco del círculo de la desigualdad de ingresos, se incuban todas las demás desigualdades: educativas, sanitarias, alimenticias, laborales, urbanas, rurales, feministas, machistas, de género, raza, región, política, burocrática y el largo etcétera que seguiría en una lista exhaustiva. Un gobierno, consciente de la desigualdad ya suficientemente documentada en todos los informes de los organismos multilaterales, inclusive por los más capitalistas como el FMI, el Banco Mundial y la OCDE, no necesita más agenda para sentarse a negociar –no hablar—con la gente de la calle, a ver cómo se acortan las distancias por las buenas, no tanto por evitar confrontaciones fratricidas, sino por solidaridad humana. Ya sé que nada de esto es nuevo, salvo que mientras escribo, a cada minuto mueren 6 niños de desnutrición; 8.500 diarios, según estimaciones de Unicef, Banco Mundial, OMS y la ONU. Enlace recomendado: Muchos tienen poco,  pocos tienen mucho